He oído bastante el siguiente consejo: que tenemos que saber que por mucho que hagamos, la etapa escolar para ellos es como un desierto, luego en la universidad suelen despuntar y es muy probable que ya en la vida laboral les vaya genial. Vaaale... pero... no me parece suficiente. No podemos estar pensando en que dentro de unos años por fin podrán aprovechar su vida, que mientras tanto tienen que aprender a “aguantar” y sufrir el no ir a su ritmo sino al que llevan los que les rodean. Los que defienden esta postura suelen preferir no identificar a los niños de alta capacidad para que no les etiqueten, total, “no se va a hacer nada...” Yo creo que es nuestro deber detectar todo el potencial que disponen y llevarlo al máximo de su rendimiento, retándoles y acompañándoles en su aprendizaje.
No hacer nada me recuerda al avestruz que entierra su cabeza. No hacer nada es de cobardes. Que no lo estemos atendiendo no significa que no esté ahí y no querer verlo es no hacer nada. De hecho, el niño seguirá razonando a su manera, pensando y relacionando cómo él sabe y cada vez le costará más entender el mundo que le rodea aislándolo de él. Por eso me parece necesaria y urgente la atención específica que ellos requieren. Si un peque ve mal u oye mal no vamos a esperar a que crezca y “se estabilice” su diferencia para atenderla, no?
También hay quien piensa que, como no se puede esperar mucho de la etapa escolar... hay que aprovechar el colegio para trabajar y desarrollar otras virtudes. Esto en parte sí lo comparto. El colegio no es sólo para aprender cuestiones académicas, a mi modo de ver. Aunque la valentía, fortaleza, perseverancia, laboriosidad, orden, organización, generosidad, empatía y demás virtudes que se os puedan ocurrir (que son muchas!) pueden ir perfectamente relacionadas con el ámbito académico y la etapa escolar es la adecuada para adquirirlas. Ahora bien, el colegio ha de ir de la mano de lo que se viva y aprenda también en casa y viceversa. Si en casa se trabaja diferente que en el colegio, el niño está en medio y no va a saber por dónde tirar. Se educa principalmente en casa pero el colegio ha de ir en la misma línea y puede ayudar a reforzar lo aprendido en familia.
Lo más importante es que en familia se les entienda, en verdad a estos y a todos los niños. Todo niño ha de ver su hogar como su refugio de paz en el que pueden ser ellos mismos. Pero en el caso de niños de alta capacidad es aún más necesaria esa seguridad ya que fuera de casa van a estar expuestos siempre. El entorno más importante a trabajar es en casa, y eso les dará fuerzas para el día de mañana. Es lógico pensar que un niño que no encuentra cobijo en su hogar pueda tener problemas en el futuro y por el contrario, aunque se enfrente a muchas contrariedades, si sabe del apoyo de su casa, se verá más fuerte a la hora de afrontarlas.
Este apoyo incondicional toma aún más importancia en la adolescencia. Habrá que tener en cuenta que esta etapa ya de por sí tiene turbulencias y los niños de alta capacidad la viven aún con más intensidad. Este adolescente buscará siempre el regazo de sus padres, que le escuchen; es lo que necesita. Podemos o no estar de acuerdo con lo que él piense pero ha de saberse escuchado y entendido. Para ello hay que dedicarle tiempo, dejarle hablar, expresarse. Y no cuando a los padres nos venga bien, típica conversación preparada... sino cuando ellos lo necesitan, que puede ser mientras vamos en coche, o preparando la cena o cuando “menos bien” nos viene.
Ideal que papá y mamá vayamos a una y que siempre nos tenga a los dos para escucharle. Aunque a veces, como los padres podemos tener diferentes opiniones o sensibilidades, también podemos desempeñar un papel distinto cada uno y que de esta manera se enriquezca su educación.
Como podemos deducir de todo lo anterior, lo importante no es tanto lo que le “tengamos” que decir o aconsejar a nuestro hijo sino que estemos ahí para escuchar. Aún mejor, que él sepa que siempre vamos a estar ahí, que en casa se le va a entender y considerar como uno más. Es el entorno, espacio seguro en el que no es “el diferente” y donde puede ser tranquilamente él mismo, siempre.
Si no sabemos qué es lo que tenemos entre manos, ¿cómo vamos a poder actuar adecuadamente? Por eso animo a todos los que presientan que tienen cerca una joya como éstas, que se atrevan a identificarla y a poner toda la carne en el asador para que sean felices, que como padres y educadores es nuestro mayor deseo.
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